Mi vida con ellas
Mercedes Fuentes, sus pinturas y las mujeres
Mujeres. Algunas solitarias. En silencio. En pleno desvelo. Otras, muy juntas y cómplices, cuchicheando en el cabaret. O están aquellas que languidecen en las mesas. Consumidas por la melancolía. Perdiendo sus ojos en una madrugada desencantada. Entre “Formas, sonidos y silencios.”
Por Diego Sebastián Maga
Con una pareja que baila apasionadamente el último tango. Bordeando las sillas vacías sobre el piso gastado. Ignorando a una señorita que desde el fondo de la escena los mira y muere de soledad. Están los músicos que se arquean sobre sus instrumentos o cierran los ojos y se elevan. Los cuerpos femeninos robustos predominan en el centro de la escena. La sensualidad como hilo conductor. En ocasiones, las atmósferas están cargadas de erotismo, a veces sugieren desamparo, y siempre ternura. Las chicas y un sutil desgano, de ademanes elegantes y ropas provocativas… Vestidas para matar aunque mueran de pena… Las imágenes se suceden entre la segmentación del collage a los lenguajes de la pintura oscilando entre lo monocromático y la explosión de color…
Todo eso y mucho más es “Formas, sonidos y silencios”, la muestra individual que abrió la pintora maragata Mercedes Fuentes en Montevideo (“Espacio Santos”). Esta entrevista, la pinta de cuerpo entero.
Hugo Nantes, alguna vez me dijo que “es imprescindible para el artista uruguayo salir del país” y me daba a entender que quienes se quedan resignan mucho desde el punto de vista evolutivo o directamente se estancan. Vos, que viviste esa experiencia de irte, ¿coincidís con su opinión?
“Es importantísimo salir: recorrer museos, conocer. Eso te ubica en lo que sos. Y te da a entender lo mucho que falta.” (Risas)
O sea que cuanto más conocés, más chiquito te sentís…
(Más risas) “Una hormiga… Pero la verdad es que madurás mucho.”
¿Y el común denominador de la gente europea –en su contacto con el arte- en qué se diferencia con los uruguayos?
“Una de las grandes diferencias que noté allá es que cuando me preguntaban a qué me dedicaba, decía “pintura”, y lo entendían perfectamente.” (Vuelve a sonreír)
Y acá decís que sos pintora y la gente te dice: “ah, si, ¿y de que trabajás?”
“Sí, tal cual. Allá decís que pintás y saben que es algo que se estudia y que es muy sacrificado. Por ahí, esa comprensión pasa porque estuve en Italia y allí nacen con todo al alcance de la mano. Viven en la cuna del arte.”
Claro, convengamos que nos llevan unos cuantos siglos de ventaja en cuanto a experiencia artística y tal vez eso explique esa comprensión cabal del rol del artista…
“Por supuesto. Y otro detalle es que a la gente le gusta discutir en la calle sobre cuestiones artísticas. El cine, la plástica o la literatura, son temas cotidianos de charla. Así que todas esas cosas, cuando volví a Uruguay, me hicieron ver que acá no se tiene mucha conciencia del sacrificio que hay detrás de una pintura.”
En síntesis: pintar no es un recreo…
“No. Si uno lo toma como profesión renuncia a muchas cosas. A veces no tenés tiempo ni de ir a ver a una amiga. Porque es algo que depende de vos en un 100 %.”
Y una vez que regresaste al Uruguay y descubriste esos contrastes conceptuales, ¿no pensaste en volver a Europa?
“Tengo ganas de volver sobre todo para tener esa confrontación necesaria con los artistas jóvenes y talentosísimos que hay allá. Si bien acá también los hay, en Europa me parece que existe más intercambio. Y después me interesa aprender más de otros maestros. Incluso, puedo regresar con (Lino) Dinetto cuando quiera.”
En los orígenes, el artista pinta como este o aquel… ¿Qué tan complejo es desprenderse de todas las influencias para conseguir darle el toque personal a una obra?
“Cuando pintás no estás pensando en tus maestros. Eso es algo que fluye. Y más aún cuando en mi caso -desde muy chica- aprendí con María de los Ángeles Martínez. Sobre todo en los paisajes se nota esa escuela. Después, cuando llegué a Italia, todas las mujeres y sus rasgos eran muy Dinetto: llenas de ropaje, colores muy fuertes y grandes tamaños. Y al venir de esa exigencia constante, de tenerlo ahí al lado, es lógico que fuera influenciada. Después creo que lo más sencillo para un pintor es seguir por la escuela del maestro; te da más seguridades.”
¿Y esas seguridades te atan a una fórmula y te impiden experimentar?
“En ese sentido, yo siempre he querido escaparme. Respetando los conocimientos que me dieron, pero probando, investigando, buscando mi propio lenguaje.”
¿Sentís que lo encontraste ese lenguaje?
“Un poco sí. Pude desarrollar un estilo personal. Los cuadros no son ni tan Torres ni tan Dinetto.”
Son más Fuentes…
(Risas) “Sí, son más fuentes… Que no se sabe si está bien o mal pero son más míos.”
¿Cómo ves a la distancia el proceso con Lino Dinetto?
“Hoy tal vez vea mejor el recorrido de sus clases; que en realidad eran entregas. Semanalmente, le entregaba una cantidad de dibujos que en principio implicaban observar las cosas geométricamente: el triángulo del triángulo o el pliegue que se forma en un paño y que eso fuera una composición casi abstracta. Y para llegar ahí se tenían que hacer 200 y trabajos y no sabías si el que tirabas era el incorrecto porque no era un taller en el que lo tuviera al lado cuando dibujaba.”
Es decir, no te corregía en el acto; los errores o aciertos te los marcaba recién después de terminar los dibujos…
“Claro. Incluso recuerdo que el primer día, me comentó su experiencia con unos cuantos maestros del arte y en particular una anécdota en la que le pusieron para dibujar una cabeza de yeso para que con las mínimas sombras en el dibujo se viera de que material era, cuanto pesaba y la textura. Después, ese mismo busto fue rociado con talco y en su trabajo también tenía que verse eso aunque fuera casi imperceptible.”
Según veo, el dibujante tiene que darse maña con su lápiz para sugerir en la obra los 5 sentidos…
“Esa es la idea: en un dibujo se tienen que demostrar los 5 sentidos. Si es una flor hay que poder tomarla, sentir la suavidad de los pétalos, el perfume. Y llegar a eso exige un proceso muy largo.”
Mujeres. Algunas solitarias. En silencio. En pleno desvelo. Otras, muy juntas y cómplices, cuchicheando en el cabaret. O están aquellas que languidecen en las mesas. Consumidas por la melancolía. Perdiendo sus ojos en una madrugada desencantada. Entre “Formas, sonidos y silencios.”
Por Diego Sebastián Maga
Con una pareja que baila apasionadamente el último tango. Bordeando las sillas vacías sobre el piso gastado. Ignorando a una señorita que desde el fondo de la escena los mira y muere de soledad. Están los músicos que se arquean sobre sus instrumentos o cierran los ojos y se elevan. Los cuerpos femeninos robustos predominan en el centro de la escena. La sensualidad como hilo conductor. En ocasiones, las atmósferas están cargadas de erotismo, a veces sugieren desamparo, y siempre ternura. Las chicas y un sutil desgano, de ademanes elegantes y ropas provocativas… Vestidas para matar aunque mueran de pena… Las imágenes se suceden entre la segmentación del collage a los lenguajes de la pintura oscilando entre lo monocromático y la explosión de color…
Todo eso y mucho más es “Formas, sonidos y silencios”, la muestra individual que abrió la pintora maragata Mercedes Fuentes en Montevideo (“Espacio Santos”). Esta entrevista, la pinta de cuerpo entero.
Hugo Nantes, alguna vez me dijo que “es imprescindible para el artista uruguayo salir del país” y me daba a entender que quienes se quedan resignan mucho desde el punto de vista evolutivo o directamente se estancan. Vos, que viviste esa experiencia de irte, ¿coincidís con su opinión?
“Es importantísimo salir: recorrer museos, conocer. Eso te ubica en lo que sos. Y te da a entender lo mucho que falta.” (Risas)
O sea que cuanto más conocés, más chiquito te sentís…
(Más risas) “Una hormiga… Pero la verdad es que madurás mucho.”
¿Y el común denominador de la gente europea –en su contacto con el arte- en qué se diferencia con los uruguayos?
“Una de las grandes diferencias que noté allá es que cuando me preguntaban a qué me dedicaba, decía “pintura”, y lo entendían perfectamente.” (Vuelve a sonreír)
Y acá decís que sos pintora y la gente te dice: “ah, si, ¿y de que trabajás?”
“Sí, tal cual. Allá decís que pintás y saben que es algo que se estudia y que es muy sacrificado. Por ahí, esa comprensión pasa porque estuve en Italia y allí nacen con todo al alcance de la mano. Viven en la cuna del arte.”
Claro, convengamos que nos llevan unos cuantos siglos de ventaja en cuanto a experiencia artística y tal vez eso explique esa comprensión cabal del rol del artista…
“Por supuesto. Y otro detalle es que a la gente le gusta discutir en la calle sobre cuestiones artísticas. El cine, la plástica o la literatura, son temas cotidianos de charla. Así que todas esas cosas, cuando volví a Uruguay, me hicieron ver que acá no se tiene mucha conciencia del sacrificio que hay detrás de una pintura.”
En síntesis: pintar no es un recreo…
“No. Si uno lo toma como profesión renuncia a muchas cosas. A veces no tenés tiempo ni de ir a ver a una amiga. Porque es algo que depende de vos en un 100 %.”
Y una vez que regresaste al Uruguay y descubriste esos contrastes conceptuales, ¿no pensaste en volver a Europa?
“Tengo ganas de volver sobre todo para tener esa confrontación necesaria con los artistas jóvenes y talentosísimos que hay allá. Si bien acá también los hay, en Europa me parece que existe más intercambio. Y después me interesa aprender más de otros maestros. Incluso, puedo regresar con (Lino) Dinetto cuando quiera.”
En los orígenes, el artista pinta como este o aquel… ¿Qué tan complejo es desprenderse de todas las influencias para conseguir darle el toque personal a una obra?
“Cuando pintás no estás pensando en tus maestros. Eso es algo que fluye. Y más aún cuando en mi caso -desde muy chica- aprendí con María de los Ángeles Martínez. Sobre todo en los paisajes se nota esa escuela. Después, cuando llegué a Italia, todas las mujeres y sus rasgos eran muy Dinetto: llenas de ropaje, colores muy fuertes y grandes tamaños. Y al venir de esa exigencia constante, de tenerlo ahí al lado, es lógico que fuera influenciada. Después creo que lo más sencillo para un pintor es seguir por la escuela del maestro; te da más seguridades.”
¿Y esas seguridades te atan a una fórmula y te impiden experimentar?
“En ese sentido, yo siempre he querido escaparme. Respetando los conocimientos que me dieron, pero probando, investigando, buscando mi propio lenguaje.”
¿Sentís que lo encontraste ese lenguaje?
“Un poco sí. Pude desarrollar un estilo personal. Los cuadros no son ni tan Torres ni tan Dinetto.”
Son más Fuentes…
(Risas) “Sí, son más fuentes… Que no se sabe si está bien o mal pero son más míos.”
¿Cómo ves a la distancia el proceso con Lino Dinetto?
“Hoy tal vez vea mejor el recorrido de sus clases; que en realidad eran entregas. Semanalmente, le entregaba una cantidad de dibujos que en principio implicaban observar las cosas geométricamente: el triángulo del triángulo o el pliegue que se forma en un paño y que eso fuera una composición casi abstracta. Y para llegar ahí se tenían que hacer 200 y trabajos y no sabías si el que tirabas era el incorrecto porque no era un taller en el que lo tuviera al lado cuando dibujaba.”
Es decir, no te corregía en el acto; los errores o aciertos te los marcaba recién después de terminar los dibujos…
“Claro. Incluso recuerdo que el primer día, me comentó su experiencia con unos cuantos maestros del arte y en particular una anécdota en la que le pusieron para dibujar una cabeza de yeso para que con las mínimas sombras en el dibujo se viera de que material era, cuanto pesaba y la textura. Después, ese mismo busto fue rociado con talco y en su trabajo también tenía que verse eso aunque fuera casi imperceptible.”
Según veo, el dibujante tiene que darse maña con su lápiz para sugerir en la obra los 5 sentidos…
“Esa es la idea: en un dibujo se tienen que demostrar los 5 sentidos. Si es una flor hay que poder tomarla, sentir la suavidad de los pétalos, el perfume. Y llegar a eso exige un proceso muy largo.”